jueves, 31 de agosto de 2006

La independencia de los Tenochcas

La independencia de Tenochtitlan del dominio de los tecpanecas de Azcapozalco se encuentra rodeada por una serie de tratados, alianzas, intrigas y traiciones que bien podrían envidiar aquellos que cien años después se sucedieron en Italia y son atribuidos a la tristemente célebre familia Borgia. Aunque Antonio Velasco Piña nos hace una hermosa y potente narración que como pudieron haber sucedido los acontecimientos, dentro de su magnífica novela “Tlacaélel, el Azteca entre los Aztecas”, no deja de ser una romántica narración que pasa por alto algunos detalles, como sucede siempre cuando la historia salta a la novela.
Acorde a lo descrito por Hernando Alvarado Tezozomoc en su Crónica Mexicana, la relación entre tecpanecas y mexicas no fue únicamente de odio y sojuzgamiento, de hecho existía un estrecho vínculo genealógico entre las casa reinantes de ambos pueblos, pues a la muerte del Tlatoani mexica Acamapichtli acaecida en 1396, los tenochas resuelven ascender al trono al cuarto hijo de éste, Huitzilihuitl, y con el fin de disminuir la carga impuesta por medio de tributos a la cual estaban sometidos por parte de los tecpanecas, los tenochas recuren a un viejo ardid de alianza política; envían una gran embajada a Azcapozalco para pedir a Tezozomoctli (Tezozomoc) rey de los tecpanecas, que concediera la mano su hija para que fuera desposada por el Tlatoani mexica. Con una dote de pescado blanco, xochuile, ranas e yzcahuitle, es concedida la mano de Ayauhcihuatl para convertirse en reina de los tenochcas. De esta unión nace un hijo varón para regocijo del rey de Azcapozalco, el cual expresa sobre este acontecimiento:
- En gran manera estamos todos consolados en abernos dado nieto barón, y así, dispongo por nonbre Chimalpupuca.
En esta época las relaciones entre ambas naciones no podían estar mejor, al grado que Tezozomoctli aligera la carga tributaria como lo habían planeado los tenochcas, pero la merma en el tributo recibido no entusiasmó al consejo de Azcapozalco, que comenzaba a ver con malos ojos la preferencia de su Tlatoani hacia los incultos tenochcas, pero lo que en realidad terminó por debilitar y romper la relación fue la actitud altanera que asumieron los mexicas al sentirse protegidos por los favores de soberano tecpaneca, a grado tal que el consejo de Azcapozalco decide conspirar contra la vida del nieto favorito del monarca con el único propósito de romper así el lazo afectivo de Tezozomoctli hacia el pueblo tenochca. Sobre ello menciona Alvarado Tezozomoc:
- Rresolutos con esto y armados, con traiçión fueron a Tenuchtitlan los de Azcapuçalco y mataron al rrey Chumalpupuca y a su hijo Tecuctlehuac, quedando la rrepública mexicana sin gouierno ni rrey [en]tre ellos [que] los gouernase.
Al morir Chimalpopoca, su hermano Itzcoalt asciende al trono mexica y recibe el apoyo de un gran estratega y genio militar de nombre Atenpanecatl Tlacaeleltzin, el cual funge en varias ocasiones como embajador entre las cortes de Tenochtitlan y Azcapozalco. Para entonces el trono tecpaneca es ocupado por Maxtla llamado el usurpador, pues al morir Tezozomoctli, cede el poder a su hijo mayor Tayatzin, mientras que Maxtla, su cuarto hijo, recibe el trono de Coyoacán. Valiéndose de una serie de intrigas que concluyen con el asesinato del sucesor de Tezozomoctli, su hermano mayor Tayatzin, Maxtla arrebata el poder convirtiéndose en el último Tlatoani tecpaneca contra el cual se libra la guerra que concluirá con la derrota de el usurpador en Coyoacán, iniciando así la meteórica ascensión del pueblo mexica para convertirse en el imperio más poderoso del Cemanahuac.
Se sabe que aquel que sucedería a Itzcoalt como Tlatoani mexica, Moctezuma Ilhicamina, El Flechador del Cielo, se encontraba prestando servicio en los ejércitos mexicas durante esta guerra, no obstante, no se menciona que su participación en las batallas sea la de un comandante significativo. A pesar de ello, personalmente me quedo con la romántica imagen de El Flechador de Cielo que nos presenta Velasco Piña, imponente y majestuoso, al frente del ejército mexica, infundando de coraje a sus huestes para sacudirse el yugo tecpaneca.

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viernes, 25 de agosto de 2006

El Pato de Cuerpo Verde

La primera vez que vi al pato de cuerpo verde es de hecho uno de los recuerdos más antiguos de los que tengo memoria.

Era muy pequeño y mi madre me llevaba a rastras tomado de la mano con dirección al jardín de infantes, como todo niño pequeño la sola idea de separarme de mi madre llevaba consigo un ataque de pánico pues nunca contemplaba un regreso posterior pasadas las horas de escuela, pues a esa edad no existe el concepto de tiempo, solo se conoce y se vive el aquí y el ahora. Mientras cruzábamos el pequeño parque cercano a casa con dirección de la escuela, yo me empeñaba por sujetarme del objeto más próximo suponiendo en mi ingenuidad de niño que con eso podría impedir que mi madre me abandonara en aquel horrible sitio.

Fue entonces que lo ví, mi llanto cesó al instante pues una colorida imagen había llamado mi atención y atraído mi mirada, rápidamente sequé las lágrimas de mis ojos con los puños de mi suéter escolar, lo cual me hizo soltar el pequeño árbol del que me había sujetado en mi intento desesperado por impedir que me llevasen a la escuela y como es lógico suponer, al soltar el arbolillo permití a mi madre jalarme sin problemas pues ya no me resistía más y de inmediato ella apuró el paso con rumbo a la escuela. Para entonces solo quedaba un pequeño rastro de las lágrimas que se habían deslizado por mis mejillas momentos antes, creo que al final mi madre supuso que el fin del berrinche se debía a la letanía que solía repetirme una y otra vez acerca de todas las bondades de asistir a la escuela, aún recuerdo aquel “Verás que bonito... vas a conocer muchos amigos... vas a aprender mucho”, etcétera, etcétera, que todavía se mantiene fresco en mi memoria debido a que varios años después lo escuché de nuevo cuando mi hermano menor también se resistía a ser llevado a la escuela y se comportaba de la misma manera, ella recitaba exactamente la misma cantaleta, sin variación alguna, aún hoy no puedo evitar que se dibuje una sonrisa en mis labios con solo recordarlo.

Mientras me alejaba andando de la mano de mi madre, solo pude seguir con los ojos aquello que había llamado mi atención, la colorida imagen que resaltaba sobre un fondo blanco y parecía ser un dibujo mal hecho de un pato de cabeza roja y un gordo cuerpo verde. En el dibujo, el pato carecía alas y patas pero a pesar de ello había algo que lo hacía parecer vivo, dinámico, como si en cualquier momento fuera a abrir el pico para graznar o como si quisiera decir algo pero su inmovilidad se lo impidiera. Algunos extraños símbolos se hallaban a todo su alrededor, símbolos en blanco y negro que después conocería como letras, pero en aquella época, aún no sabía leer.

Tiempo después continué topándome ocasionalmente con el pato de cuerpo verde, cuando me dejaban salir a jugar con mis amigos o acompañaba a mi madre al mercado, a la tienda de la esquina o a algún otro lugar. Su rígida imagen aún llamaba poderosamente mi atención, había veces que me quedaba observando su contorno, su flequillo color gris o lo que parecía ser un collar isabelino que brotaba de su cuello. Para esos días ya me encontraba cursando la primaria y estaba en la edad de los “¿porque? s”, cuando todo debía tener una razón de ser y debía ser explicado, al menos así lo era para mí, y ese pato de obeso cuerpo y ausencia de extremidades resultaba un gran misterio, así como misteriosos resultaban todos esos adornos que le acompañaban, pero sobre todo su pico, ese pico entre abierto que parecía querer gritar un secreto que tenía prohibido compartir.

Años más tarde, cuando aprendí a leer, los símbolos raros que acompañaban al pato de cuerpo verde se convirtieron en letras, las letras formaron palabras y esas palabras dejaron de ser un misterio:

Departamento de Sanidad
H. Ayuntamiento de Ecatepec de Mor.

Y el camión de basura que lo portaba orgulloso en la puerta no era más aquel nuevo camioncito que ví la mañana en que conocí al pato de cuerpo verde, el tiempo había pasado dejando su huella en él pues se encontraba ya en condiciones deplorables: viejo, oxidado, sucio y general todo desvencijado, pero al pato parecía no importarle, pues fuera de alguna mancha de suciedad o alguna burbuja provocada por el oxido en el metal debajo de la pintura, él se mantenía estático y al parecer, imperecedero.

A pesar que el letrero que le acompañaba dejó de ser un enigma para mí, todos los demás elementos que acompañaban al pato de cuerpo verde y que además formaban parte del dibujo seguían representado un misterio para mí, ese pico que parecía permanecer cerrado aún en contra de su propia voluntad seguía produciendo en mí una extraña fascinación. Aún entonces cuando ya no era un pequeño de preescolar pero aún seguía siendo niño de primaria, podía asegurar que cada trazo, cada adorno, cada color que el pato ostentaba mientras permanecía congelado en la blanca puerta del destartalado camión de la basura, ocultaba algo y debía tener una razón para estar ahí, no era solo para que se viera bonito o porque a alguien se le había ocurrido, no se trataba de eso, era algo más que se hallaba fuera de mi comprensión, pero podía afirmar con certeza que tampoco se trataba de mi propia e hiperactiva imaginación de niño, pues algo me decía que había algo detrás y cada vez que lo observaba sentía esa sensación ausencia por no conocer su secreto, esa triste resanción de vacío en el estomago que experimentas de niño y te detienes a mirar en un aparador un costoso juguete que sabes que tus padres no quieren o no te pueden comprar.

Toda esa magia y misterio comenzaron a hacer sentido el día que el Pato del cuerpo verde giró su cara, pareció mirarme con su único ojo en un gesto de aparente satisfacción y abrió su extraño pico para contarme aquel secreto que tan celosamente guardaba.

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jueves, 24 de agosto de 2006

El Cerro del Viento

Acorde a la Tira de la Peregrinación (también conocida como Códice Boturini) que narra el viaje de los mexicas, junto con algunas otras tribus nahuas, en su peregrinar hacia la Tierra Prometida por su dios Huitzilopochtli, es hacia 1204 que se registra su llegada a las cercanías del Cerro del Viento y toda la región aledaña, habitando en Alcahuacan, Ehecatepetl, Tulpetlac y Huixachtitlan (antigua población que dependía de Xalostoc). Y permanecieron en el territorio un total de 40 años antes de continuar su peregrinar hacia el Valle de Anahuac. Para la segunda mitad del siglo XIII, Ehecatepetl y sus pueblos dependieron del Señorío de Xaltocan hasta la derrota de éste por el señorío de Cuauhtitlan, integrándose así a éste Señorío hasta 1428. La Triple Alianza formada por Mexico Tenochtitlan, Texcoco y Tacuba inició la creación de un gran imperio anexando al Señorío de Cuauhtitlan. En éste mismo año los aztecas instituyeron el linaje de los gobernantes del Señorío de Ehecatepetl, emparentados todos ellos con los señores de la Gran México-Tenochtitlan, siendo su primer Tlatoani Huehue Chimalpilli, nieto de Moctezuma Ilhuicamina. El segundo Tezozomoc, hijo de Chimalpopoca. El tercero Matlacohuatzin, suegro de Moctezuma Xocoyotzin. El cuarto Chimalpilli II, hijo de Ahuitzotl. Y el quinto y último Huanitzin, hijo de Tezozomoc, quien luchó al lado de Cuauhtemoc contra los españoles hasta la caída del Imperio de Mexico-Tenochtitlan.

Es por medio de la misma Tira de la Peregrinación que llega hasta nuestros días el Glifo del Señorío de Ehecatepetl, El cerro del Viento, prácticamente sin variación alguna a como lo usaban nuestros ancestros.

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