martes, 5 de septiembre de 2006

El instante previo

De pronto no fui capaz de percibir sonido alguno; el canto de las aves, el murmullo del viento en los árboles, la voces... todo lo que se encontraba a mi alrededor pareció acallarse de repente, también dejé de sentir el peso de mi cuerpo, como si me encontrara dentro del lago en el que de niño solía nadar junto con mis compañeros de juegos, la sensación era similar, pero de algún modo distinta, como si mi cuerpo hubiera desaparecido, como si la materia no existiera más, creo que así debe sentirse cuando el alma abandona el cuerpo para partir con destino a donde todos nos dirigimos, al fin del camino.

Intenté mover lentamente mi brazo, solo un poco para corroborar que aún se encontraba ahí, sentí como el brazo respondió con un leve movimiento, verifiqué también el estado de mis piernas, primero una, después la otra, con movimientos leves, levantando solo un poco los talones de la tierra en un movimiento pequeño como aquel que suelen hacer los felinos con el fin de hacer más mullido el lecho donde se disponen a descansar. Entonces percibí que la parte baja de mi vientre comenzaba poco a poco a sentirse tensa, rígida, como si estuviera preparando todo mi cuerpo para cargar un enorme peso, esa breve punzada en el abdomen hizo que instintivamente mi hombros se hicieran hacia delante solo un poco, al notarlo, concientemente tensé mi espalada, los músculos sobre mis omóplatos comenzaron a contraerse, desde la columna vertebral y en dirección hacía afuera, cada centímetro de la espalda hasta llegar a los hombros, que con el movimiento fueron llevados de forma natural hacia atrás, como si intentaran tocarse por detrás de mi propio cuerpo. Al tiempo que mis hombros se desplazaban lentamente hacia atrás, los músculos pectorales fueron elongándose paulatinamente y me pareció que todo mi pecho se estiraba y se hinchaba como el de un gorrión que lo muestra majestuoso y se dispone a trinar con el hermoso canto que solo utiliza en época de apareamiento.

Un sentimiento de letargo se posó brevemente mi mente y me hizo deleitarme con la sensación de existencia en el mundo material que me provocaba el ir percibiendo el movimiento de cada pulgada de los músculos de mi cuerpo y me hizo comprender que así debe sentir un infante cuando comienza a tomar conciencia del mundo en que se encuentra mientras va descubriendo cada parte de su cuerpo y reconociéndola como propia. Mientras mi mente se extraviaba durante un efímero instante en estas cavilaciones, mi cabeza lentamente fue deslizándose hacia atrás como consecuencia del movimiento de mis hombros, instintivamente cerré los ojos, en parte para evitar deslumbrarme con los rayos solares y en parte para deleitarme brevemente durante un instante que sabía no se demoraría más allá de lo que toma un parpadeo. Casi de inmediato sentí la cálida caricia de Tonatiuh sobre mi rostro y fue invadiendo toda la superficie de mi cuerpo con la energía que solo el Señor del cielo diurno puede proveer, acrecentando la conciencia de saberme vivo.

A pesar de lo breve del deleite, que no duró más allá de unos cuantos segundos, mi propia razón me advirtió que no podía postergarse un segundo más, así que tranquilamente comencé a regresar mi cabeza a su posición natural al tiempo que abría pesadamente mis ojos, la primera luz que entro por mis pupilas formó borrosas imágenes de prismas de colores que paulatinamente comenzaron a tornarse en manchas y después en figuras. Cuando mis ojos se adaptaron por completo a la luz pude ver nítidamente los fieros rostros de los guerreros del ejército de Maxtla que formaban interminables filas ante nuestros ojos. Fue entonces que un potente sonido resquebrajó con violencia el pesado silencio en que me hallaba envuelto... era el grito guerra de El Flechador del Cielo que nos llamaba a la batalla.

"El Flechador delCielo" de Alberto Merino

para el libro "Tlacaelel, El Azteca entre los Aztecas" de Antonio Velasco Piña.

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